Olga bebía el cola cao caliente, le gustaba quemarse el paladar en cada sorbo y tardaba más tiempo en prepararlo que en bebérselo, no podía soportar los grumitos así que podía llegar a tirarse medias horas enteras dándole vueltas con la cuchara. En cambio Lucía todo lo contrario, se servía le leche fría, echaba 5 cucharadas de cola cao y no se molestaba casi ni en removerlo, sentir los grumitos deshacerse en la boca era unos de los pequeños placeres que alimentaba su sonrisa cada mañana.
Eran tan diferentes… Olga dormía poco, le gustaba madrugar, abrir la ventana con las persianas aún bajadas y sentir el aire que jugaba al escondite entre las ranurillas que nunca quisieron dormir. Lucía dormía hasta que el cuerpo se lo pedía y le costaba dios y ayuda levantarse de la cama, ese era su momento preferido del día, siempre encontraba algo que hacer que sorprendería a Olga. A veces parecía imposible que Olga sonriese, lucía lo pasaba francamente mal porque lo único que de verdad le alegraba el día eran sus hoyuelos, ver esa naricilla respingona arrugarse y contemplar esos ojos azules que cuentan historias de piratas y barcos que navegan en círculos.
Algunas de sus diferencias eran necesarias, se complementaban la una a la otra y tampoco os penséis que no coincidían en nada, sus personalidades no eran muy amigas que digamos, pero ¿os habéis parado a pensar por un segundo que no sólo nuestra personalidad nos hace ser quiénes somos? ¿Qué pasa con los sentimientos? Ellas tenían sentimientos en común, se querían, se necesitaban y sabían que uno de sus abrazos tenía más fuerza que cualquier otra amistad que se basase en la personalidad y lo más importante, sus corazones coincidían.
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